SANTO DOMINGO.-El censo del que este jueves recibe la opinión pública los resultados preliminares mostrará, sin duda, si la tasa de natalidad tiende a cero, como en los períodos de la gran pobreza, o vuelve a subir.
Pero también si ha parado la tendencia urbana o si hay de nuevo más hombres que mujeres, como ocurrió en del año 2010.
Cuando la población era predominantemente rural, la pobreza se extendía por el país y acaso para hacerse una idea sea útil la instantánea de un periodista que suele ser señalado como una de las principales columnas del pesimismo dominicano.
José Ramón López facilita esta mirada en dos ensayos, uno de ellos doloroso como una extracción de cordal, La alimentación y las razas, descarnado y frontal, y otro, La paz en la República Dominicana.
Mejor que ayer
La cantidad de gente que vive hoy día en los campos es más grande que en 1920 a pesar de que en términos relativos se ve pequeña. Pero un campesino de hoy puede contar con acueducto, planta eléctrica, fuente fotovoltaica de energía, motocicleta, teléfono móvil, una radio y un televisor, que no eran posibles hace cien años.
En algunos casos la base económica de la vida en el campo de hoy es una finca en la que se cría ganado, se tiene una plantación de mangos, aguacates y naranjas, con una parte de la familia en el pueblo y el “campesino”, a pesar de que se pasa cinco o seis días dedicado a la ruralidad, el fin de semana puede irse a un poblado.
Esto tiene una significación social diferente de aquella del primer quinto del siglo XX, cuando el país de los dominicanos fue invadido por el cuerpo de marina del ejército de los Estados Unidos de América.
Una sociedad peculiar
El ser rural era parte de la pobreza más dolorosa por la carencia de lo esencial para una vida saludable y eficaz. La dominicana de entonces era una sociedad, por más que José Ramón López se esfuerce en demostrar lo contrario; era, desde luego, peculiar, con sectores desagregados de manera natural, pero sociedad al fin y al cabo.
Si nos atenemos a las descripciones de López, no era una sociedad del hambre, sino del ayuno. El dominicano rural había aprendido a comer poco, casi nada y, como consecuencia, podía pasarse jornadas diarias con un plátano asado untado con manteca de puerco o zurrapa, un poco de café en una botella y a veces agua en un calabazo.
Veamos, para hacernos una idea del calado del ayuno nacional —por algo la ruralidad era la nota determinante del pueblo dominicano— bajo la mirada crítica de este hombre lo que dice en un episodio del ensayo La alimentación y las razas: “En Sosúa adentro, lo que se está comiendo ahora es batatas hervidas, una vez al día, aunque la tierra es fertilísima y hay gran abundancia de caza y de pesca” (Pág. 37, UCMM 1975).
Y algunos renglones más adelante, describe: “En Los Ranchos Abajo, pasado Estero Balsa (¿será el de Montecristi?), sólo se alimentan en estos meses de calabazas.
Un amigo nuestro, que viajaba por el camino que llaman De Afuera, se detuvo en una casa a pedir agua.
Toda la familia le salió al encuentro, cada uno con una tajada de calabaza hervida en la mano (debe ser auyama). Pasaban de las tres de la tarde y esa era la única comida de las 24 horas”.
Educación limitada
Es un deber escribir aquí que este ensayo es del año 1896, 24 años antes de que fuera aplicado el censo de 1920. Casi 20 años después, en 1915, publicó La paz en la República Dominicana, y en el episodio III, señala:
“Tenemos, por ejemplo, la instrucción, el factor más poderoso para redimir a un pueblo. Todavía no se la puede considerar difundida, ya que no intensa, extensamente, sino en las ciudades y los pueblos. Los campos —toda la República, podría decirse— están sumidos en una ignorancia más espesa que sus frondosos montes vírgenes” (Pág. 106, UCMM).
De López dice Joaquín Balaguer que era un hombre de pensamiento liberal, y si es así, acaso por una razón intuitiva estuvo en dos ocasiones del lado de hombres autoritarios al frente de los asuntos públicos (Lilís y Mon), ¿por qué?
Desde su regreso al país, en el año 1897, colaboró con Lilís, una fiera que consiguió con procedimientos violentos y vituperables, mantener a raya a los caciques regionales, y luego simpatizó con el matador de Lilís, Mon Cáceres, que fue a su vez abatido en noviembre de 1911 en el Camino de Güibia.
En los dos casos, el magnicidio de Moca y el de Santo Domingo, estas muertes dieron paso al festín de los caudillos, gracias a la ruralidad de la sociedad dominicana.
Muchos habitantes
Antes de concluir este aspecto a propósito de los cien años de censos en República Dominicana, acaso sea un deber hacer una distinción a propósito de la explosión demográfica que ha cambiado al pueblo dominicano: el país se ha llenado de habitantes, naturales y extranjeros; tiene, desde este punto de vista, muchos pobladores, pero pocos ciudadanos desde el punto de vista de los deberes.
En este punto, digamos, desde el Estado se hace poco para cambiar esta realidad, dañina por cierto, en un tiempo en el que la gente empieza a pisarse los pies en las ciudades y para tratar los conflictos propios de este hecho sólo sirve vivir según las normas y la educación familiar.
La pobreza de hoy es urbana y traslapada
Presente. La densidad poblacional es uno de los indicadores que suelen llegar con los resultados de un censo. La del país era de 195 habitantes por cada kilómetro cuadrado según el del año 2010.
Desde luego, hay algunas regiones en las que es muy baja y otras con una concentración alta al punto de que se les puede considerar unos encima de los otros, no sólo porque viven en apartamentos superpuestos, sino porque son muchos, como pasa en el Distrito Nacional, con una densidad media superior a los 10,500 habitantes y cerca de 30 mil por kilómetro cuadrado en por lo menos una de sus tres circunscripciones.
El pobre de solemnidad, como lo era el de los campos que causó tan viva impresión en José Ramón López vive ahora en los grandes centros urbanos. En el Distrito Nacional la pobreza está presente como en otros centros urbanos, pero sólo vemos el Polígono Central, escaparates y avenidas.